El Conficto de las Tierras Raras

          Las «tierras raras», un grupo de metales singulares, ya forman parte del día a día en los teléfonos inteligentes, en los chips de cualquier equipo de computación, en las bombillas con tecnología LED o en el motor de los futuros automóviles eléctricos o híbridos. Esta relevancia creciente en las aplicaciones industriales se combina con una circunstancia muy llamativa: hoy por hoy, la extracción está confinada en emplazamientos muy concretos, en los que China cobra protagonismo.
El escandio, el itrio y 15 metales más de la familia de los lantánidos forman el grupo de elementos químicos conocidos como «tierras raras». A pesar de su nombre, no son tierra y de raros tienen bien poco, pues se encuentran de manera abundante en la corteza del planeta. Estos se hallan en el interior de otros minerales en una concentración muy baja y con frecuencia mezclados entre sí, lo que dificulta el proceso de extracción y purificación. En particular, estos procesos requieren abundantes cantidades de ácidos tóxicos y generan residuos radioactivos difíciles de controlar. En las últimas décadas, la mayoría de estos elementos raros se han convertido en inputs indispensables (aunque sea en cantidades minúsculas) de numerosos artefactos de alta tecnología. Destacan tres ámbitos: la electrónica de consumo de última generación; la industria armamentística, en especial los sistemas de comunicación adheridos a misiles y drones, y el sector de la energía limpia, al formar parte de los imanes que se utilizan en los motores de los coches híbridos o en las turbinas de viento.
Su extracción está prácticamente limitada a un único país, China, que copa más del 90% de la producción mundial. Precisamente, es la permisividad de China en el ámbito ecológico lo que le ha conferido una sólida ventaja en la explotación del recurso minero de los elementos raros, que como ya se ha mencionado, es altamente contaminante para el entorno. A dicha permisividad cabe añadir unas reservas chinas de tierras raras muy abundantes (alrededor del 40% del total global), una política pública que ha apoyado el desarrollo minero de manera amplia con cuantiosas inversiones, y unos bajos costes laborales. Además de ser el principal productor, China también es el primer consumidor mundial de estos elementos, con el 70% del total.
En este contexto de dominio y ante la fuerte demanda dentro del propio país, China ha sido acusada en numerosas ocasiones de abusar de su posición. Así, en marzo de 2012, Japón, EE. UU. y la UE presentaron una denuncia conjunta ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por las restricciones a las exportaciones de tierras raras impuestas por el Gobierno chino desde 2010
Es conveniente reconocer que China justificó en todo momento su proceder por una necesidad de reducir las emisiones contaminantes de la extracción de los elementos raros y de proteger su medioambiente. Ciertamente, la hegemonía en la producción de tierras raras del país se sustentaba en múltiples explotaciones de tamaño mediano o pequeño que no cumplían con las condiciones de seguridad suficientes para garantizar el control de las sustancias tóxicas que generaban. Esto aconsejaba que fueran obligadas a cesar sus actividades.
Las reacciones no se hicieron esperar. USA reabrió una explotación en  Mountain Pass, California, a finales de 2010. Australia empezó a aumentar su producción al oeste del país y Canadá ha desplegado numerosos proyectos de exploración, lo que viene a corroborar que la distribución geográfica de las reservas mundiales de tierras raras se extiende más allá de las fronteras chinas. Por su parte, Japón ha impulsado enormemente el reciclaje de estos metales así como la investigación en la búsqueda de sustitutos. Un impulso que el pasado mes de mayo daba un paso importante con la presentación de unas nuevas baterías que, además de ser económicas, reciclables y de alto rendimiento, no contienen tierras raras.
En definitiva, y aun a sabiendas de que el futuro es incierto, es difícil imaginar nuevos episodios de volatilidad en los precios de las tierras raras como los observados en 2011. El argumento se fundamenta en tres conclusiones. En primer lugar, China no ha mostrado intenciones de insistir en las limitaciones a las exportaciones de elementos raros. Al fin y al cabo, un cierto entente con EE. UU., Europa y Japón es clave para el bienestar actual del país asiático, cuyas exportaciones de alta tecnología son consumidas, precisamente, por los ciudadanos de estos tres mercados.
Asimismo, las nuevas explotaciones a lo largo y ancho del globo contribuirán a la estabilidad de los precios. Por último, parece que los avances tecnológicos disminuirán la dependencia actual de las tierras raras en la producción de la electrónica avanzada y en el desarrollo de las energías renovables.
Ojalá que para beneficio de la ecología en nuestro planeta, la dependencia de la tecnología actual en las tierras raras sea cada vez menor.
Hasta pronto!!



Fuente: Clàudia Canals Departamento de Economía Internacional, Área de Estudios y Análisis Económico, ”la Caixa”

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